lunes, 23 de agosto de 2010

Eróstrato o la efigie de San Diego


El camino de San Diego, es una película de Sorín, estrenada el 2006. La fotografía está a cargo de Hugo Colace. Confieso que la fotografía de las películas latinoamericanas me viene siendo agradable. Otro detalle de esta película es su estética de documental, la frescura del hecho, de la mera trascripción poética de la realidad. Simplemente el ojo limpio, la lente en este caso.

La hermana de la duda es hermana de la fama, la fama busca una víctima y un victimario. En La Salada de Buenos Aires las camisetas eran idénticas a las oficiales. Líneas albicelestes por doquier. El amarillo del sol o de las insignias se instalaba como una herida. Denis Heren era mi Virgilio, mi amigo rolinga. Caminábamos por Avenida Rivadavia hasta llegar al congreso y seguir por la misma calle, que se comienza a llamar Avenida de Mayo o es al revés según si se viene o se va o parezca más importante el nombre de la calle o los edificios emblemáticos o la longitud de la avenida. Siempre pasa lo mismo, cuando hay que bajar, me corrigen, dicen que a eso le llaman subir. Para mí el subir queda al oriente y el bajar al occidente. En argentina nunca se sabe si se sube o se baja. Es una planicie sempiterna. Con Denis recorríamos todos los lugares no turísticos de la ciudad. Viajamos en tren a Liniers y caminábamos desde allá hasta el Obelisco. Mojados de lluvia o de transpiración, tomándonos unas birras en la calle. Me gustaba caminar con él. Éramos turistas atípicos. A pesar de vivir en Baires hace un buen tiempo, visitaba sus calles como un extranjero. En la once, la estación de tren de plaza miseria, como le llama a la Plaza Miserere, nos preparábamos unos fasos, después caminábamos por la calle, yo pasaba a las librerías a preguntar por un libro de Safranski o de Cioran. Se quedaba parado en la entrada con los ojos del guardia clavados sobre él.

Tenía un tatuaje del Diego en el pecho y un mapa de argentina que flameaba en su brazo. “Raza Gaucha” en letra inglesa, bien delineada, un buen tatuaje, bien hecho. El de la cara del Diego era un tanto más precario. Muchas veces asocie con Eróstrato a los tipos que usaban el arte como un instrumento de relevancia, una forma fácil de hacerse notar. También lo asocié a los textos que, en torno a muy pocas ideas, alardeaban de interesante. Siempre imaginaba que personajes como Héctor Hernández, como Álvaro pereda o Eli Neira eran una representación local de lo que llaman Complejo de Eróstrato.

Veía a Denis caminar con sus tatuajes, con su revista “Edición Especial Maradona”, con sus intereses por lo latinoamericano, en particular, por el documental latinoamericano. Éste “flayte”, como lo llamaríamos acá, leía la Crítica de la Argentina, admiraba a Lanata, no daba tregua a los programas de farándula. Se enojaba y era casi dogmático en tornos a lo que embrutece a la masa. Me criticaba por tener amigos chetos. Leía casi pura economía y política, la poesía no le gustaba demasiado porque la encontraba poco práctica. Por lo menos lo que había leído, era evadirse demasiado. Tenía sus fasos y su birra o un buen fernet. Si, el idolatraba al Diego ¡y que!, hay alguna diferencia entre quemar el templo de efeso o hacer un gol con la mano, me imagino a este Virgilio bonaerense adorando a Eróstrato, teniendo fe, amando, buscando sentido y encontrándolo.

En la película de Sorín, Tati Benitez es un personaje adorable, bello como pocos. Con la ingenuidad de un niño y la entereza de un héroe griego. ¿Si tan sólo un Tati Benitez existiera por cada Eróstrato local? Hay que ser feliz, tenemos la obligación de serlo cuando entrega sus sueños en un adefesio que sólo los niños y los ciegos ven como la viva imagen del ídolo.

1 comentario:

  1. no sabia que seguias mannteniendo este blog... yo quiero volver a esta vi(d)a
    cariños del algodon de azucar flor

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