Se perece por el yo que se asume
viernes, 31 de agosto de 2012
Nota Para Radio Nacional de Uruguay: Nacimiento de un Cuerpo-Imbunche Sexual. Ex Cárcel. Parque Cultural de Valparaíso.
miércoles, 14 de diciembre de 2011
Corresponsalía cultural Radio Nacional de Uruguay DOMINGO 4 DE DICIEMBRE 2011
Las estructuras colapsan en el ciberespacio, se contraen a la demanda y nos volvemos hombres semáforos, hombres neones primero y luego hombres LED, de aquí hacia allá. A cada lectura los cuerpos se anquilosan. Los veo horas y horas tras la embestida del ordenador. Sus rostros ahora son telones donde se proyectan devenires inciertos: figuración lumínica de formularios.
Corresponsalía cultural para Radio Nacional de Uruguay domingo 13 de noviembre 2011
Corresponsalía cultural para Radio Nacional de Uruguay miércoles 24 de agosto 2011
martes, 3 de mayo de 2011
Nunca fui amigo personal de Gonzalo Rojas
En todo hombre […] hay una parte que sólo le incumbe a él y a su existencia contingente, es desconocida para los demás, muere con él. Y hay otra parte a través de la cual el individuo se aferra a una idea que se expresa a través de él con claridad meridiana, y de la cual él es el símbolo. Wilhem von Humboldt
Uso este epígrafe que sincrónicamente aparece en el libro acerca de C. G. Jung.
En contra de las apreciaciones vertidas por Gonzalo Rojas, en su entrevista pos terremoto, entre las manos que se aprietan están las de Piñera y las de Lagos. Entre los rostros están los circunspectos, los de acero que no hacen más que restar un instante a la permanencia. Ahora van los amigos, los más amigos, los admiradores de los artificios, los admiradores de las construcciones y de las conspiraciones, por ahí se deslizan los que creen tener algún dato que lo vuelva humano, que lo iguale. Que crean conocer el camino para ver las calles llenas de gentes despidiendo o buscando, voyerísticamente, un ápice de aquel hombre que está en el interior de ese cajón. Desde el terminal de buses de Chillan veo pasar el cortejo. Lo miro y de reojo veo que en la televisión hablan de matrimonios famosos, de ceremonias, de tirar la vida por la ventana. De paso me entero que hay un matrimonio importante. Ritos. Que un hecho se convierta en rito es mi forma de entrañar. Estar y sentir que todo toma una manera, un armar de piezas, de encajar las turbulencias y la mesura.
En ese cajón, como en los versos de Gonzalo, veo pasar. Los veo en el Museo de Bellas Artes, los veo tomados por sus hijos, por su nieto, por el historiador, por el abogado tirado a poeta y por los políticos; por aquel que le publicó su libro Las hermosas. Veo el cajón, pasa por mi lado y no aplaudo. Todos aplauden y no miran el cajón, se miran a ellos mismos aplaudiendo. Se ven aprobando la vida de aquel hombre que ya no es hombre, que es un cuerpo lleno de sangre. Y nuevamente al vehículo que lo lleva, de ahí al aeropuerto, y en Chillan los mismos políticos y los más y menos amigos. La Universidad de Concepción, la Universidad del Biobío. El Consejo de la Cultura. La institución sobre la institución. Y otra vez el cajón multiplicado. El cajón dolorido de repetirse. Y los ojos se vuelven lágrimas y se enrojeces con más frecuencia. Me adelanto al cortejo y camino a su lado y cruzo la plaza de Chillán, camino a paso normal. Voy dejando atrás cada uno de esos cajones rodantes con sus vivos y me acerco al del cuerpo de Gonzalo. Lo sobrepaso unos metros para refugiarme en el terminal y ver las reseñas periodísticas de la muerte del poeta en los quioscos locales. También escucho unos aislados gritos con la consigna ¡Viva el Poeta! Reconozco a algún activista poético de esos que abundan en la republica. Se aleja el cortejo, gira rumbo al cementerio y el televisor del terminal anuncia la boda del siglo.
No lloro, no me lloro. Todo ha de ser así como ha de ser,/pero no puedo ver cajones y cajones/pasar, pasar, pasar, pasar cada minuto/llenos de algo, rellenos de algo, no puedo ver/todavía caliente la sangre en los cajones.
…
El 23 septiembre en el programa de Radio Universidad de Concepción El sonido de los libros recuerdan la muerte de Neruda, la vinculan con el cuadro respiratorio y la potencial muerte de Gonzalo Rojas, hacen mención al parecido de las circunstancias políticas del país. Entre mi risa y mi asombro salgo al paso y le digo al conductor que no nos mate a Gonzalo y que hay que ser más preciso con lo de las actuales circunstancias políticas. Cinco meses después accidente vascular, dos meses de agonía y se nos muere Gonzalo Rojas a los siete meses del programa radial.
A las 9 de la mañana del 25 recibo un mensaje de texto de mi amiga Viviana Diez, me cuenta del fallecimiento. Estuve sin señal, desconectado del mundo todo el fin de semana. A las 18:00 Leonidas Rubio me escribe SE NOS FUE EL GUARDIÁN DEL RELÁMPAGO... Le respondo que estoy tentado a escribir algo, pero me guardo la tentación, no sea que el caballero nos mande un relámpago y nos fulmine por hablar más de la cuenta. Leonidas escribe la primera nota y me deja la que sigue. La de él finaliza de este modo: “Así para mí, para Cecilia, para Mafalda, para Alexis, para Jorge, para Alfonso, para Marina habrá un saldo y cada cual tendrá en mente su propio epitafio, ya que él nunca supo escribir bien el suyo. Sea cual sea, que nadie mienta ahora negando que una vez lo veneramos.”
Si encontramos un sentido en realizar una nota de un tutor, de un posible mentor indirecto, se deslizan esquirlas de recuerdo, suelo citar a Rosamel, suelo decir que el recuerdo es un hueso menos en el cuerpo. Al parecer tengo un esqueleto que estimo infinito. Gonzalo Rojas es Omar Torres, mi profesor de matemática, quien me dio por recomendación leer la carta que donó Gonzalo a la Biblioteca Municipal, esa que estaba enmarcada frente al mesón de pedida, me la recomendó al ver que quería dedicarme a escribir.
Gonzalo es el señor por el que deje el viaje de fin de año con mi curso para coordinar una lectura en La Casa del Andalien, dónde el Premio Nacional de Literatura sería el invitado de honor. Se le ocurrió operarse. Su silla la dejamos vacía, con su nombre a modo de signo. Ricardo Burmeister era director de la Casa del Andalien, sitio de la lectura, y del Sanatorio Alemán dónde se internó Gonzalo. Este señor Rojas era quien pudo haber prologado mi primer libro, a sugerencia del mismo Burmeister, pero mi ansiedad de que se publicara no siguió esa senda.
Fui a lecturas en el Auditorio de Lenguas y me pareció siempre una mise en scène. Demasiado ceremonioso. Era una clase magistral. A mis 16 no estaba para clases magistrales y al parecer aún no lo estoy. Era un espectáculo de nivel. Una lectura como pocas he visto. Esas en que, a pesar de los ecos nerudianos, había algo distinto. Algo propio de Gonzalo Rojas. Sólo he visto espectáculo semejante en la voz de Jaime Quezada que de seguro debe más de algún tips al guardián del relámpago. Antología del aire era el libro que me regalaron para mi cumpleaños número diecinueve. Fue de ese libro del que mi hermano bebió. Memorizó Que se ama cuando se ama en el patético departamento del que casi se tira. Me devolvía el ejemplar de la primera edición de esa antología casi cayéndose las hojas. Luego de esa experiencia existencial-poética se hizo fanático religioso.
Me fui a vivir a Santiago y me alejé del Rojas penquista y chillanejo. Pero supe del poeta-profesor de la Universidad Andrés Bello. En Santiago vi instigar carreras de Literatura Creativa y cosas afines en distintas universidades privadas. También vi a Gonzalo como “rostro” de dicha Universidad.
El año 2000 recién asumido Ricardo Lagos dio un discurso en la Casa Central de la Universidad de Chile. Estaba Gonzalo Rojas. Durante y posterior al discurso de Lagos intercambiamos impresiones, después, ya en el coctel, lo vi solo, como desconociéndose, como un poeta que, ya sabemos, poco importa a los políticos, si no en el momento de empinarse sobre su imagen manipulada por el gabinete de turno. Por lo general me quedo observando en un punto y esperando alguna cara conocida. Fui invitado por Jaime Quezada a esa actividad, como no me acomoda saludar a tanto personaje, me quede aislado también. No recuerdo cómo fue que terminamos hablando de Concepción y de lo poco que le gustaba Santiago. Por mi parte, le decía que estaba fascinado con los libros de la Biblioteca Nacional y le conté que había un ejemplar de Bruges la Morte de Rodenbach y otro de Les Chants de Maldoror. Le interesó ese último en especial, al parecer era la primera traducción al español realizada por Ramón Gómez de la Serna. Gonzalo se retiraba a casa de su hijo. Jaime y yo nos fuimos a la Unión Chica como solíamos hacerlo en aquel tiempo en que trabajábamos en Bendita mi lengua sea, Diario íntimo de Gabriela Mistral. Costumbre que conservamos.
Hace uno días, después de la ceremonia de despedida en el Bellas Artes, al amparo de las viejas fotos de Cárdenas y de Teillier, bebimos vino y Jaime mencionó que fue en la Unión Chica donde se fraguó el Premio Nacional de Gonzalo. En la mañana, en el metro, antes de la ceremonia, Jaime recordó su viaje desde Concepción en compañía de Gonzalo Rojas al funeral de Pablo de Rokha.
El primer poema que leí de Gonzalo Rojas fue Carbón, lo leí a los 8 años en un libro de Alone, en aquella antología amarillenta sin fechar estaba la versión primigenia sin la grandilocuente estrofa que inicia Ah, minero inmortal… Viví algún tiempo en Coronel y mi abuelo fue ejecutivo de ENACAR. Algo sabía de ese mundo.
Por lo general me aprendía poemas. Mi padre me daba los textos y luego los recitaba en reuniones familiares. Los primeros fueron de Gabriela mistral. A los 9 años aprendí el primer poema largo. Lo recite en un acto escolar esos de día lunes con estrofa marcial incluida. Sonetos de la muerte, eso era poesía. Me tendía sobre los juncos y memorizaba los versos de la Mistral. La misma Mistral que tanto estimaba a Gonzalo, esa señora blanda, como sentenciaría luego, aquella que leyó La miseria del hombre desde dentro, desde la poesía, en contra de los dictámenes de la crítica.
Siempre conserve entre mis útiles cotidianos un cuaderno, registraba los versos que me gustaban junto a los míos, entre mi colección estaba La sombra es lo que el cuerpo / deja de su memoria. Del poema El sol es la única semilla de Gonzalo y de Gabriela Me alejaré cantando mis venganzas hermosas, /¡porque a ese hondor recóndito la mano de ninguna/ bajará a disputarme tu puñado de huesos! De Sonetos de la Muerte.
A través del vidrio de la carroza fúnebre veo su ataúd, justo frente al Dédalo, lo miro desde los peldaños de la entrada al Museo de Bellas Artes. Rodeado, trastierro del olvido, despedida del ruego. A veces me apego a esas imágenes, a cómo voy caminado, como muchas veces, con un libro a modo de escudo.
Compré Esquizo en la Feria del Libro de Santiago a mi vuelta de un viaje a Montevideo. Lo compre muy rápido, era tarde y venía con mi equipaje aún. Lo guardé para llevarlo de obsequio, no tenía muy claro a quién. Viajé a Buenos Aires y entre el equipaje llevaba vinos y el librote ese. Ya en Argentina conocí una de las mujeres más hermosas, a decir de Arrabal, hermosas son las mujeres inteligentes: Amalia Gieschen.
Amalia a quien robé la imagen de los paloborrachos embarazados de peces de colores de la 9 de julio. Pasamos unos días juntos. Después de una lectura en la que tomé más de la cuenta recorrí casi toda Corrientes caminando, le pedí a un florista una rosa roja, no tenía dinero para pagársela así que se la cancelé al día siguiente. Le pedí la más rustica que tuviese. Con las espinas clavándome las palmas, avancé hasta el apartamento de Amalia. Le dejé Esquizo, el que dediqué con palabras alusivas a su humedad, a sus pliegues y a sus besos. El conserje le entregó el libro y dejó la rosa anclada a su puerta. Las historias se entrelazan siempre, como texturas orgánicas que no se saben dónde comienzan, donde está el intersticio. Hay otros portales tinglados, otras puertas del recuerdo que me llevan irreductiblemente a aquellos verso de Rojas: Palabras malheridas. /No hubo tiempo/entre nosotros, nunca hay tiempo/ni distancia, todo es posible/entre dos locos que se ven a cada instante./ /Relámpago es lo que hubo esa vez de Concepción de Chile/y nada más que relámpago, figura/de lo instantáneo hubo de lo que pende el Mundo,/y eso está escrito.//La amo,/¿y qué? Soy el ciego/que ama a su ciega. Como no entender al Rojas enamorado, a ese que estaba imprecando, dando la lata, haciendo relaciones sociales y políticas, fraguando premios desde mi nacimiento, desde el año 77.
Oscuro fue su último libro. Lo demás es solo permanencia. El río turbio del 96 le devuelve el hálito, le da 15 años de vida envenenada. Cada uno ama a su venenosa como puede, yo amé a mi /venenosa,/imposible sacarla de mi seso.
Como no ser su cómplice si también amé a mi propia venenosa, una vez me enseñaron a sacarme el corazón con una cuchara, voy con una de plata en mi chamarra de cuero larga, la escondo para que ella no la vea, pero el maldito músculo se hizo exhibicionista. Yo también amé a mi mafalda que es la hija de su Mafalda. La “damita” le decía, y ella no sentía mucho aprecio por el señor Rojas, a regañadientes se fue a vivir a Chillán, siguiendo a su madre. Él le vio danzar adolescente por su casa chillaneja de paredes azul maya. Soy partícipe de su tango fatigado y cacofónico; del arrastrar cadenas, del arrastrar piedras en aquel (…) Río/ Turbio abajo hasta la Antartica (…) que también fue mío, yo que tengo bastante menos que sus setenta veces siete.
Gonzalo representa todo lo que detesto de los anímales literarios, representa el dejarse adular por los serviles ademanes de personajes como Tulio Mendoza. Su existencia contingente es la instigación de los premios que, si bien es justo su merecimiento, por qué participar en su gestión.
A Gonzalo Rojas quisiera creerle cuando en su Pacto con Teillier dice ¡yo/también soy alerce y sé lo que digo! Aunque me basta un par de luciérnagas alumbrando un camino libre de claudicaciones. Y si sólo quedan tumbas de luciérnagas habrá que quitar de los insectarios del mundo los alfileres de los cuerpos casi partidos de la palabra libélula. Me basta con que nos deje un par de esdrújulas libres de toda jaula.
viernes, 29 de abril de 2011
“VUELVO A MI ORIGEN, VOY HACIA MI ORIGEN”
Jaime Quezada
Texto leído en
¿Dónde andará el que dijo La miseria del hombre hace más de 63 años, en Valparaíso? Siempre lo dijo este Gonzalo que ella,
En este otoño, otoño o mediodía de abril 2011, y en este tan ilustre-espacio, representativo de las bellas artes y la cultura de Chile, me es dado decir unas palabras ante el túmulo de Gonzalo Rojas, nuestro poeta necesario. No hubiera soñado este privilegio en un minuto tan aciago para las letras de nuestro Chile y de nuestra América, y para la lengua toda.
Desde la publicación misma de Contra la muerte (1964), uno de sus libros visionarios, Gonzalo Rojas —nuestro poeta en las alturas mayores de la poesía iberoamericana de hoy — marcó de inmediato un hito de trascendencia en el proceso poético chileno del siglo veinte. Puso en vigencia y proyección a un autor que desde entonces, y aun antes, había adquirido un compromiso de vida y de conducta con el oficio intenso de la poesía: aire en su invención alucinadora y creadora, pero también en su realidad viva, en el instante terrible y ardiente de cada cosa.
Todavía anda en nosotros ese aire libérrimo motivadoramente en el “somos escritores de Chile y no hay título mayor para nosotros que ése”, al inaugurar aquellos lúcidos, plurales, críticos y dialogantes encuentros de escritores nacionales e internacionales en
Y todavía más: “Hemos venido a aprender mucho más que a enseñar” (que acaso eso fue por siempre también su acción y su lema permanente en la transparencia del rigor y el vaticinio, por que eso, lo permanente, en el decir de Hölderlin lo fundan los poetas). A aprender los unos de los otros, como bien dijo Gonzalo, en este diálogo que seguirá resonando mucho tiempo no sólo en un salón de honor, sino en el país todo y en una América toda. Fue su cátedra abierta y educativa siempre, en el aula y más allá del aula, en su alma Mater ejemplar y ejemplarizadora.
Nunca, ni por pienso, descuidó su viva y dialogante relación con los escritores todos de Chile, y con los jóvenes de entonces y con los jóvenes de ahora. Y desde muy temprano en la organización misma de
Y pensando siempre en las nuevas generaciones, en los jóvenes poetas por venir: “Si estuviera en mí sembraría Chile y América de talleres y más talleres, de escritores y artistas a lo largo y a lo oscuro de sus parajes humanos más diversos, en una suerte de ejercicio con la realidad más ardiente y dolorosa”. Así, en nuestro Gonzalo Rojas, la literatura antes de ser un fenómeno estético era también un instrumento de construcción de nuestra América en el diálogo, en la lectura, en el libro, es decir, en el ejercicio creativo.
No en vano, y muy suyas, son esas palabras amadas en el esdrujulamiento y lo sensitivo del rehallazgo, del zumbido, del relámpago, materia y fundamento de su escritura: "Y voy volando en ellas, y hasta me enciendo en ellas todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías". Prodigio y vivacidad y transfiguración. Escritura, en consecuencia, iluminada e iluminadora desde el origen, tuétano adentro, en su Dios, en su eros, en su quejumbre y, en definitiva, en su estallido de mundo: sentido y sonido.
Así, La miseria del hombre, su libro hito y primero de 1948, será el inicio, con más o menos plazos, de una veintena de otros que enriquecerán, sin ego posible, su cada vez más admirativa y portentosa escritura poética, aun reconociendo que siempre se estará escribiendo el mismo libro, "libro viejo y libro nuevo al mismo tiempo”.
De La miseria del hombre (1948) a Contra la muerte (1964), de Oscuro (1977) a Del relámpago (1981), de Transtierro (1979) al Alumbrado (1986), de Materia de testamento (1988) a Réquien de la mariposa (2001), y todo en un cauce incesante que va y viene en un llamear esa palabra sin impostura posible, revelando a un poeta cada vez más crítico y congruente con su propia hondura, logrando visiones profundas de la existencia del hombre.
Porque la obra poética de Gonzalo Rojas, siempre tan vivencial y abismante, fundamenta y fija rigurosa, estética y armónicamente las vertientes temáticas de una escritura en su identidad y en su visión y que, a su vez, se irá proyectando de libro en libro, en su revelación de vida y de lenguaje. Además, lo resueltamente quevediano en el tratamiento del desenfado y del humor. O esa terca ironía, con su sátira y su farsa. A su vez, el amor-eros en toda su plena y exacta hermosura de qué se ama cuando se ama. O en la espiritualidad (lector atento de su Juan de
Entre estas vertientes o registros temáticos, Gonzalo Rojas nunca descuidó las circunstancias inmediatas en una poesía de transtierro (pasarán estos años cuántos de viento sucio) o de reflexión de lo humano-humano en las realidades y contingencias. La poesía como experiencia de vida, entonces, con sus "estrellas veloces y oscurísimas". Poesía fermental y vitalísima, sin duda. Y relampagueante y de respiro hondo. Para aprender a ver, a oler, a oír el mundo con su palabra, transida de ella: "No tengo otro negocio que estar aquí —escribe el poeta—, diciendo la verdad en mitad de la calle y hacia todos los vientos".
Recojo sus palabras, lecturas y relecturas diría, y las digo aquí como legado de reflexión, de conducta, de fidelidad y compromiso, de vida, y como pasión y búsqueda del absoluto de este Gonzalo Rojas en la literatura tan suya y en la historia tan de todos:
“No fui el hombre de la adhesión total y estuve lejos del sectario. Ni me instalé con negocio alguno en cuanto a ortodoxia. Al negocio preferí el ocio, como todos los poetas. Así y todo, luché contra la injusticia y creo haber colaborado en la construcción o la armazón de
Hablo en este instante –dije- en nombre de mis compañeros escritores. Hablo como muchos otros hablarían, y con menos títulos que muchos, en virtud de ese amor que Gonzalo Rojas nos diera y que tuvo eco en tantos. Le agradecemos, sencillamente, su gran amor y la grandeza que trajo a nuestra literatura. ¿Qué se espera de
Ya todo estaba en la vislumbradora escritura de Gonzalo Rojas: Non omnis moriar: “no me moriré del todo, viejo Horacio querido. Pero me moriré como la abeja, la pobre abeja que zumba y que ilumina”.
Pero en verdad, también, el muy querido y amado Gonzalo, no nos deja. ¡Cómo podría dejarnos quien nos dio tanto! Está con nosotros y estará con estas y futuras generaciones. Su palabra poética modificó nuestro idioma y cambió el orden de nuestro corazón.
Vuelvo a mi origen, voy hacia mi origen, no me espera
nadie allá, voy corriendo a la materna hondura
donde termina el hueso, me voy a mi semilla,
porque está escrito que esto se cumpla en las estrellas.
J. Q.
27. abril, y 2011
*
domingo, 20 de marzo de 2011
Martirio de San Felipe
Mártir del día: Leonidas Rubio
Leonidas en 1989 fue miembro del Taller de Poesía de la Universidad de Concepción dictado por Floridor Pérez. Fue compañero de Marcelo Rioseco, Mafalda Villa, Italo Nocetti, por nombrar a algunos. Su hermana, Cecilia Rubio, aún se desempeña como docente de nuestra desnaturalizada Alma Mater. Luego a Santiago, Rancagua, Machalí y Curicó. Al parecer, lo tendremos de vuelta para el Programa Acciona del Consejo Nacional de la Cultura y de las Artes
Comienzo a preguntarme Pero en definitiva que quiere tú, el loco? / ¿yo? / esta lengua entre cuatro encías / esta carne entre dos rótulas, / este pedazo de orificio / para los locos.
Leonidas nació en Curicó en 1970, por diversos motivos se nos acerca, se nos viene como las manchas de las paredes. Esta sesión es anterior a la perpetrada a Germán Estrada. Es una trivia, como le han bautizado a este martirio, para una hoja de poesía que entregamos en bares o dejamos en escaños de la ciudad. Labios de Zikuta es una hoja que se reparte gratuitamente y que confeccionamos junto a Leonardo Ojeda.
Los personajes como en una gran familia se entrelazan en la cama penquista, entramando una red que no sabemos a ciencia cierta en qué lugar nos terminará botando, en que fosa o en que ribera del Bío-Bío. Parece que algunos creen que siempre habrá algo que decir, que hacer y qué no hacer en pos de la vanguardia. Esta vanguardia vernácula, como bien dice Jorge Valenzuela, con que han configurado este pueblo provinciano, eterno postulante cosmopolita. Es esa la gran falacia que nos inventamos, es no decirnos a la cara lo que nos gusta y lo que no. No distinguir un hecho de una complacencia. Nuestra Señora de la Santísima Concepción con su sombra de San Pedro en medio del puente, este curso de río que está siempre a punto de desembocar, que por miedo a los extremos no hace más que acercarse al oeste, se disimula por la lluvia interminable. A veces se me olvida esta lluvia y creo que no es necesario convivir con ella. Que tal vez si no salgo, ésta pasará mañana y no estaré todo el día empapado. Pero es una niñería y debo asumir esta lluvia como tengo que asumir el río a medio secar. Ver la inmensidad de un río que nunca fue de éste pueblo hasta que lo secaron las represas transnacionales y que ahora el ridículo estado jura acercar a quienes le dieron la espalda. Los Concepciones no quiere hacerse responsable de un destino trágico: un equilibrista que no mira el suelo, intenta olvidar que la cuerda es apenas un riachuelo que no da cauce para contener un cuerpo cobarde negándose a caer en el mar. En Concepción como en Eyes Wide Shut donde una dice que una noche no es toda la vida y el otro ningún sueño es sólo un sueño, todos coincidimos en lo que quiere el loco de Artaud.
La primera vez que supe de Leonidas fue gracias a un librito en Kraft que se llamaba Cuadernos de emergencia, fue la única vez que, por aquel tiempo, sentía tener un compañero de ruta, No lo conocí sino hasta un encuentro latinoamericano de escritores que se realizó en el Centro Cultural de España en 1998.
Siempre hablamos de la escritura como un proceso en absoluto disociado de la música. Es por ello que, en contra del Ritual Romano, que ordena que la Extremaunción no se administre “a los impenitentes y a aquellos que perseveran contumazmente de modo manifiesto en pecado mortal”, comienzo este martirio invocando el Libro del Desasosiego:
Mi alma es una orquesta oculta; no sé qué instrumento tañe o rechina, cuerdas y arpas, timbales y tambores, dentro de mí. Sólo me conozco como sinfonía.
En no más de dos líneas asociar libremente
Autores
Murmullo
Tengo varios libros suyos
Imbunche
Espero no conocer la mía
En no más de tres líneas asociar libremente
Vida o muerte
No entiendo una sin la otra
Sueño o realidad
De ambos hay que despertar violentamente
Gadamer o Benjamín
A salvo de ambos
Pessoa o Proust
Pessoa es más numeroso
Mártir o suicida
Son la misma cosa
Occidente u oriente
Oridente
Mar o rio
Mi infancia está pegada a los ríos: el Huaiquillo, el Maule. Mi despertar sexual fue en la desembocadura del Maule frente a laIsla de Constitución. Para mí era el remanso, el equilibrio. Las aguas ahí eran verde oscuro. Yo confiaba en ellas. Y por ahí entró el mar el año pasado. La paz era asesina.
Noche o día
Noche a toda hora
Juventud o vejez
Fausto
Rojas o Parra
El primer Rojas. Ningún Parra
Huidobro o De Rokha
Huidobro para empezar
Jung o Strauss
Zaratustra
Bombal o pizarnik
Cada una pudo ser personaje de la otra. Pero en mi velador siempre Alejandra
Místico o escéptico
Ciclos alternos de ambos. No confío en ninguno.
Mínimo tres sin máximo
Aún no lo he probado.
Y tá
Mártir del día: Germán Estrada Fricke
En Concepción existía un único lugar en el que estaba a gusto. Era el bar que producía un compañero del taller de poesía de la Universidad del Bío-bío, ese que hizo Warnken y Elordi hace más de quince años. Era una síncresis retórica, posmodernidad recargada que se desprende directamente del plagio. Un lugar hecho como placebo estético.
La ciénaga penquista absorbe todo, la Estética de la Humedad, como le llamo a las manchas que pueblan la obra y la vida de las gentes de la Concepción de Chile o como bien dice Estrada “el gris que anuncia la lluvia que tarde o temprano caerá”, ha devorado aquel lugar.
Desde el segundo nivel se veía el escenario y sus cables retorcidos. Las cajas y los micrófonos, cuerpos gastados después del sexo. Había un sendo grafiti con bordes delineados con negro. Figuras, cicatrices o costuras, esos dibujitos que uno hace cuando quiere mostrar un pirata con heridas de guerra. La imagen de Manuel Rodríguez y sus variantes inverosímiles. No sería raro verlo encamado con la Virgen del Carmen. Me desdoblo y vuelvo al Bar Del Frente, a la vista desde mi refugio: Si me siento no veo más que un cubículo, una especie de living familiar con algunos grabados y unos óleos. Hay una serie de esculturas en mimbre, se asemejan a unos monjes cartujos. Hay momentos que los miro, todos tienen su propia semblanza. Su carácter. De los primeros, el nihilista arrogante con su mirada fija en un punto definido. El que más me identifica es el que tiene la cabeza inclinada. No sé si reza o llora.
Termino ese viaje y camino por Prat, camino y me acerco de a poco a Barros, de ahí subo, paso por fuera de lo que era el Cariño Malo y no hay siquiera un rastro del pasillo plagado de fierros, de velas como estalactitas de tiempo, se sudores, de música y de pasos. Palmenia Pizarro impresa en los individuales de kraft, adolescente, me escondo de las miradas, un par de amigos bastan para sentirme en casa, Germán y uno de los hombres más agradables y talentosos que he conocido. Esta ciudad olvida fácilmente los nombres, pero algunos no. Jan el co-fundador de Quórum, sonidista, músico y oficiaba de DJ y co-dueño de Audiosur. Nadie se percataba de su silenciosa prolijidad, de sus tragos, ni de su pasar sin estar. Nadie recuerda su hablar alemanoso. A mis 16 años intentaba rescatar el tiempo, buscar lugares, sentir la música. Esa era lo que movía a Jan e imagino que era lo que buscaba Estrada. A Estrada lo veo con el sombrero de cuero café fusión de Cocodrilo Dundee e Indiana Jones y, por supuesto, su inconfundible voz. Habíamos sido compañeros de taller, él, Marcelo Rioseco y Jorge Valenzuela. Yo, apenas un imberbe, disfruté el espacio, que al tiempo Germán coproducía. Desde ahí nos fuimos encontrando. En Santiago nos topamos en Lastarrias y otra en un after clandestino. También fui a verlo al Soul, restobar ubicado a una cuadra del San Cristóbal. Un buen sushi y rico vino blanco para amenizar la conversa de una variada mesa de productores y músicos que brindó Germán aquella improvisada visita. Luego after del bueno.
Ahora ya varios gramos de tiempo, de negocios, de “divertidad”, en un rito lúdico convocado por Labios de Zikuta, someto a Germán Estrada a este Martirio de Sán Felipe
A: Hola Germán tenís un rato???
G: Hola Alfonso, dime
A: negro o blanco
G: ja
A: En máximo tres líneas asociar libremente, dale
G: No me hagai una encuesta ahora, estoy en un estado de descomposición espiritual
A: Mejor aún según Cioran, dío o noche??
G: Sabes que te voy a contestar sólo pa’ quedar en paz contigo, ya que no estás entendiendo que en este momento no estoy en paz yo.
En máximo tres líneas asociar libremente