viernes, 22 de octubre de 2010

Mala onda con Velódromo




Empiezo a descender. La pendiente está brava y con cada pedaleo, más velocidad agarro. El viento es puro, tan helado que corta. Pero sigo, me gusta. Y mientras más desciendo, mientras más me acerco a mi casa, más fuerte me siento. Es como si el viento me purificara. Es como si tuviera ganas de llegar. De avanzar. De dejar atrás la mala onda, la duda, enfrentar lo que me espera allí abajo. Sobreviví, concluyó. Me salvé. Por ahora.

Mala onda, Alberto Fuguet

Las claudicaciones son un tema que agota, es como la excusa, como una duda transcurriendo en una pista, en un velódromo, no hay compromiso con la vida, con la pasión. Un anecdotario también se puede llevar en un diario de vida. Todos podemos hacerlo. Sumar lugares comunes no debiese ser tan público, todo esto se me viene. El abuso es una prerrogativa gratuita. Lo digo desde el fondo, lo digo desde las construcciones, de alguna manera, desde el guión. Hay que tener un inmenso sentido de abstracción para eternizar entelequias personales y reescribirla una y otra vez. Da lo mismo si se apellida Vicuña o Roth o si es de ascendencia judía o es nacido en gringolandia. Lo que me parece latoso. Lo que genera un tedio insoportable es el relato de nimiedades, no importa si se tienen "tucanes parlantes y abuelitas volando". Me temo que por ahí no va la crítica, no va por lo pasado de moda, ni por el latinoamericanismo de tipo realista mágico.

Eso lo que debiese entender Fuguet, debiese entenderlo desde el fondo, no desde la forma, el fondo, ese es el tema. Acá me quedo, acá me hace ruido Velódromo. Tal vez más de lo que me hace el que se parezca a una serie de esas que pasan en la noche, tipo los 40 o los treinta. O que se sitúe siempre en la mismas locaciones Santiaguinas, casi siempre en el mismo barrio de Plaza Italia al oriente. En Uruguay fui al Teatro Solís a ver Ararat, una obra se Santiago Sanguinetti y me preguntaban si conocía Whisky, uno de los roles principales de la obra era actuado por Jorge Bolani el mismo de dicha película. Cuando vi esa bella peli uruguaya me encantó. Habrá visto Alberto algo así en su, según sus declaraciones en Una belleza nueva, cinéfila vida. O lo suyo se agota en lo garage estadounidense. Tanto guión que se ha despachado Fuguet, como no va a brindarnos uno acotado, uno menos anecdotario y más a lo Sorín o a lo Subiela o, mirando más cerca, a lo Matías Bize.

La edición, el tema técnico, la edición y el narrador, el narrador que nos descifra lo que la imagen nos vela. En un principio pensé que la edición era discreción del director: esos cortes seguidos, esas secuencias rapsódicas, al inicio de Velódromo, pensé que era para darle ritmo. Luego se desarma, luego todo es arbitrario, largas secuencias en bicicleta, buenísimos temas casi completos, pésimamente reproducidos, tal vez el audio de la sala, pero había diálogos ininteligibles y eso era mala dicción de los actores o pésimos micrófonos.

Algunas situaciones patéticas detonaban un par de tímidas carcajadas, no habrá pasado de tres o cuatro anécdotas de inteligente humor. Lo demás es impotencia de espectador, de ver como se desarma algo que pudo, potencialmente, con un trabajo de edición más contemplativo, ser agradable.

Nota aparte los presentadores “proactivos” en palabras de Fuguet con pintita cool y dialogo alternativo, la estaban haciendo al llenar la sala y que el escritor-productor-cineasta- guionista-periodista-académico universitario, les diera su bendición. De todo lo que he leído y he visto de Fuguet me sigo quedando con Hormigas asesinas. Sobreviví a velódromo, sobreviví a una nueva entrega de Fuguet , sobreviví, concluyó. Me salvé. Por ahora. Es como decir: soy malo, pero la verdad, que no tanto.