sábado, 19 de junio de 2010

Las generaciones siempre existen








Por Alfonso Sánchez-Martínez

En Florida a la altura del 900 está el Centro Cultural de España. El día lunes 25 de agosto a las 18:30 se daban cita cuatro poetas chilenas. Al entrar al subte en la estación de Loria brillaba un tímido sol. Después de un complejo cambio de la Línea A a la B teniendo que pasar por la C , al emerger en la estación de Florida, caen unas deliciosas gotas que humedecen el asfalto y aceleran el regreso de los argentinos a sus hogares, dejando mas transitable esta avenida.

Llegamos puntualmente, incluso unos minutos antes de las 18:30, después de saludar a Eugenia Brito e intercambiar algunas palabras con Soledad Fariña, me siento a esperar que se inicie la lectura. Catalina le comenta a Eugenia, ante la impaciencia y dejos de preocupación, que los argentinos son puntualmente media hora impuntuales. Y Exactamente a las 19:00 comienzan las presentaciones. Esa media hora me da chance para hacer una genealogía del encuentro: en las palabras de Catalina Parra Agregada Cultural de la Embajada de Chile en Buenos Aires lo que se pretende es establecer un dialogo entre Argentina y Chile, pero un dialogo que sea contemporáneo. O sea todo lo que hay allá, en materia visual, en materia poética, de crítica, de ensayo, de, que sé yo, prosa, de crítica cultural o estudios de género. Estamos tratando de entablar un dialogo real de hoy día con hoy día, con la Argentina de hoy. Tengo la impresión de que lo que más se conocía es lo tradicional y este es un intento de abrir, de establecer otros puntos de vistas. La poeta argentina Andi Nachón fue la encargada de presentar a Isabel Larraín, Eugenia Brito, Soledad Fariña y Elvira Hernández.

Sorprende como estas poetas son conocidas dentro del medio argentino. Es evidente que por lo general los representantes culturales que visitan al país trasandino se acercan a lo llamado tradicional como dice Catalina Parra y tiende a obviarse los actores culturales del momento, aquellos que mantienen una tensión y un replantearse frente a lo que tradicionalmente se muestra como Cultura Chilena. Son tal vez los últimos acercamientos de los artistas y las instancias gubernamentales a la crítica cultural y la permeabilidad de los postulados estéticos, de esta última, los que han hecho necesario abrir un poco las fronteras a muestras como la presente. La crítica cultural periodística, como parte de un conocimiento "especializado" que inviste de sentido las prácticas sociales, se relaciona con las condiciones sociales y políticas en las que se produce y –obviamente- con la política cultural particular del medio en el que se publica. Es este horizonte el que justifica el debate acerca de las perspectivas de la crítica, los lugares y dispositivos de enunciación, la trama en la que se despliegan sus distintas posiciones discursivas. Es decir es una mezcla entre lo argumentativo y lo creativo, es una manera de contextualizar la obra de arte y los elementos que esta acarrea, más allá de la mirada académica, tomando en cuanta elementos populares y cotidianos, teniendo presente que la obra se desarrolla no solo en ella sino en la sociedad, en conjunto.

Si bien es cierto que esta no es la primera visita de artistas de “avanzada”, como las llama Catalina. El intercambio cultural entre Chile y Argentina es constante, sin embargo la situación actual se torna más auspiciosa en vista de que es por una instancia estatal. Es decir, una entidad pública es la que gestiona estos intercambios. La intención parece ser seria y regular. Según lo que se desprende, es necesario establecer nexos igualitarios y comparativos de lo que se hace en materia audiovisual, poética, narrativa, etc. a este lado de Los Andes.

Según la apuesta de la Agregada Cultural de la Embajada Chilena en Argentina es necesario arriesgar un poco más en materia de intercambio cultural. Se debe poner en juego piezas que tiendan a desempolvar lo que tradicionalmente se entiende como representantes culturales de nuestro país. El presente esfuerzo se vuelve aún más valioso al pensar que se toma a un grupo de poetas unidas casi generacionalmente, las que como dice Andi Nachón “...hace su incursión en un mapa absolutamente atrasado, esta incursión no por sosegada se presenta dócil, mas bien, se trama desde la mudez con una violencia que busca, desaforadamente, la recuperación de la palabra. A partir del intersticio, al que la mirada femenina usualmente se había hallado relegado por el discurso del poder, se instalan, precisamente, estrategias del intersticio. Si escribir es siempre una tarea del borde, extender los límites de la jaula en instancias históricas absolutamente literales se transforman en un asunto zigzagueante, así, donde bajan a unirse al centro de la tierra la sangre fresca, el agua. Tránsito, no por urgente menos doloroso. En el caso de la poesía chilena escrita por mujeres el cuerpo que ha perdido su potestad resulta heroicamente rescatado en el campo del cuerpo textual...

Cuando me refiero a un grupo de mujeres unidas casi generacionalmente, por un lado intento hacer eco de lo dicho en diversas ocasiones y que de alguna forma resume Andi Nachón al dedir que la irrupción de estas poetas es ...un arco que va desde el comienzo de una decada sellada por la resistencia, hasta los albores de la transición. En este hecho histórico de doloroso tránsito se hacen su lugar en el mapa las voces de esta mujeres. Y por otro procuro respetar lo dicho por Soledad Fariña a la revista Plagio donde plantea que ...No hay una generación. Dentro de poco voy a cumplir sesenta años y mis interlocutores actuales son poetas de las más diversas edades como Paula Ilabaca, Claudio Bertoni, Nicanor Parra, Carmen García, por nombrar sólo algunos. Con ellos dialogo, nos intercambiamos poemas y nos hacemos críticas mutuas. Creo que es más una intergeneración que una generación. La última generación, o escuela, creo que fue el surrealismo, pues se agruparon y plantearon sus directrices bien definidas. Es difícil establecer una generación, pues yo aprendo de Nicanor Parra, de ochenta años, tanto como de Javier Bello, de treinta. Hay complicidades de miradas, pero no una generación o escuela.

Este asunto, de si se es o no una generación, parece dilucidarse en la conversación que mantengo con Soledad Fariña minutos antes que se inicie la lectura. En esta, mientras me explicaba las férreas intenciones de proseguir con actividades con estas características, por parte de Catalina Parra, y que la génesis de este encuentro se haya en la voluntad unilateral de la Catalina, detonada por la lectura y el estudio de la obra de estas autoras. Soledad me hace hincapié en que si bien durante los años ´80 estas poetas mujeres se mostraban cohesionadas generacionalmente, debido a circunstancias políticas, hoy el contacto es transgeneracional. Esto motivado por la constante intención de poetas más jóvenes en representar los postulados estéticos de las generaciones anteriores y en acercamientos regulares de poetas de diversas generaciones en encuentros tales como Poesía 100% o, siendo mas específico, respecto de poetas mujeres, en “Cita a Ciegas con Neruda”, que se realizó los días jueves del mes julio en La Chascona.

Ellas hacen mención a hitos que señalan el establecimiento de una voz pública, de un mensaje que ha dejado de ser subterráneo y que se arriesga no solo en los significados inmediatos de la palabra, sino que aspira a asir el lenguaje en su plenitud, pero, sin pretensiones totalizantes, apartándose del discurso patriarcal. Así, Elvira Hernández ante la pregunta de cómo percibían la aparición de mujeres en el marco de la poesía de Nachón dice “ ...que había un tejido bastante amplio de mujeres escribiendo pero que todo ese tejido era subterráneo. Pienso por ejemplo en Estela Díaz Varín, en Cecilia Vicuña o en la misma Paz Molina. Mujeres que, teniendo libros, igual estaban enteramente sumergidas. Y creo que, en el momento en que acá se empiezan a reivindicar ciertas libertades, las mujeres sienten el derecho de expresarse escrituralmente. Y, en esas dimensiones históricas, la mujer empieza a hacer su aparición, en conjunción con otros actores sociales, que también se hallaban ferozmente reprimidos. Por su parte Isabel Larraín dice que “...ese tejido subterráneo empezó rápidamente a levantarse en ciertas líneas. En ese sentido el Congreso Internacional de Escritoras del ‘87 debe haber sido importante... Según Eugenia Brito, después del Congreso “…hubo un fenómeno interesante en Chile y las mujeres tomaron un espacio, ganaron lugar para su escritura. Por ejemplo, antes era inconcebible que a uno la presentara otra mujer. Yo creo que el Congreso abrió posibilidades. Se empezaron a oír más las voces de mujeres como críticas, teóricas y escritoras. Apareció esta noción de “mujeres pares”, que estaban leyendo y produciendo al mismo tiempo. Fue un fenómeno interesante porque Chile tiene una tradición muy patriarcal en la que era muy difícil hacerse oír.”
Estas poetas emergen en el marco de un país dividido entre la memoria y la desmemoria y es a través de la exposición constante de las obras en su contexto que pretenden explicitar el camino por ellas recorrido y recorrido a la vez por la sociedad en la que se insertan. Ellas replantean la memoria como necesidad urgente y su obra es apreciada como tal, no sólo en nuestro país sino también en medios extranjeros. En palabras de Nelly Richard son variadas las maneras en que se insta a la amnesia socio-política-cultural, “…la tecnología del olvido consta de muchas herramientas como las políticas de obliteración institucional de la culpa, que a través de las leyes de no castigo (indulto y amnistía), separan a la verdad de la justicia desvinculando ambas. Y tejiendo asociaciones secretas entre ambas redes de conveniencia y transacción, están las disipativas formas de olvido que los medios de comunicación elaboran diariamente para que ni el recuerdo ni su supresión se hagan notar en medio de tantas finas censuras invisibles que restringen y anestesian el campo de la visión: los familiares de las víctimas saben de la dificultad de mantener la memoria del pasado viva y aplicada, cuando todos los rituales consumistas se proponen distraerla, restarle sentido y fuerza de concentración.”

Estas mujeres transitan por senderos en constante conexión, algo se vuelve coyuntura entre los libros Vía pública de Eugenia Brito, La bandera de Chile de Elvira Hernández, En amarillo oscuro de Soledad Fariña, Santiago en la memoria de Isabel Larraín o en Variaciones ornamentales, obra audiovisual de Catalina Parra. Algo se deja diseccionar con el bisturí de la memoria, del contexto, de las imágenes latentes aunque disimuladas o veladas oficialmente. Algo se insinúa de aquel repertorio, como señala Nelly Richard, “...simbólico de la historia chilena de estos años, la figura de la memoria ha sido la más fuertemente dramatizada por la tensión irresuelta entre recuerdo y olvido —entre latencia y muerte, revelación y ocultamiento, prueba y denegación, sustracción y restitución— ya que el tema de la violación a los derechos humanos ha puesto en filigrana de toda la narración chilena del cuerpo nacional la imagen de sus restos sin hallar, sin sepultar.“ Lo dicho por Richard me es coherente con sus búsquedas, sin embargo, disiento en tanto no sólo aquello esta en los libros de estas autoras, sino también, el contexto evidente actual, tanto de la realidad chilena como la del sur de América. Y es por ellos el aprecio manifiesto, explícito de los presente en esta actividad desarrollada en el Centro Cultural de España en Buenos Aires y auspiciado por el estado chileno, Lo que supera a estas mujeres, es la representación la identificación, por parte de los concurrentes a esta cita, más allá de si son o no generación, son un referente para voces como la de la generación de la cual soy una aislada parte, esa parte que cree en el lenguaje también como conjuro. Es en este punto es dónde Richard queda escasa de metros, ella pretende circunscribir todo al esquema de la crítica cultural. De algún modo inteligente y teórico simplifica los efectos de la dictadura a dicotomía simples “prueba y denegación, sustracción y restitución”. Nos impone axiomas como probadas formulas matemáticas, como sacadas de laboratorio. Los aportes que reconozco en ella son, más bien, pedagógicos, no me calza reducir la labor de este grupo, bastante orgánico, cohesionado, muy similar a lo que estimamos como generación. Desde donde miro veo a estas mujeres como una potente ola de mujeres, en mayores o menores afanes gregarios, que escribieron cuando era un riesgo físico hacerlo. Aunque la historia nos premia con otra mujeres como la ahora “rescatada” generación de mujeres paralela a la muy patriarcal Generación del 27. No puedo hacerme cargo de lo hecho por otros en otro tiempo. Como autor y lector me agrede este discurso que impone rivalidades. Cuando mi sed desploma este cuerpo bebo lo escrito por hombres al igual que bebo lo escrito por Alejandra Pizarnik, Stella Díaz Varín, Clarice Lispector, Amalia Gieschen, Romina Canet, Simone de
Beauvoir, María Teresa Torres, Virginia Wolf, María Luisa Bombal, Gertrude Stein, Winétt de Rokha, Sor Inés de la Cruz, entre mucha otras mujeres y por gran fortuna me ha acompañado demasiado y desde muy niño Gabriela Mistral. Sus Sonetos de la Muerte los recite a los 8 años en un acto escolar, rumié sus versos en voz alta y en voz baja, escondido en un juncal de Hualpen, durante varios días, hasta aprehender cada uno de sus versos.
Me agrede que se torne lo escrito en aquellos años como escritura valiente, revolucionaria, comprometida con el cambio de la realidad, riesgosa o como dice Andi que “…en la poesía chilena escrita por mujeres el cuerpo que ha perdido su potestad resulta heroicamente rescatado en el campo del cuerpo textual. Me agrede porque tengo la certeza que los que escribimos hacemos eso todo el tiempo y en todos los tiempos, sobrevivir a las pérdidas es siempre un acto heroico. Y por último me agrede que se nieguen a sí mismas como generación. Me siento parte de una generación, disidente pero parte al fin y al cabo.
Hacia esta poetas, de las que tres tienen una edad similar y, como bien me dijo Soledad Fariña, Isabel Larraín es más joven, puedo manifestar mi aprecio como tal, mi aprecio en tanto poeta más allá del genero, más allá de dicotomías totalizantes y simplificadoras. Me quedo en y con la poesía.
Hoy camino por Buenos Aires en pleno verano, el clima es cambiante y extremo para un penquista como yo, veo los árboles en la 9 de julio, me encantan los paloborrachos que están embarazados de pececitos de colores, según Amalia Gieschen, y recuerdo aquel agosto: el día anterior se había efectuado la elección del jefe de gobierno porteño y el más votado fue, según dicen, un cercano a Menem; Salas había anotado el domingo su primer gol en la liga trasandina, en el Museo de la Fundación Proa se exponían obras de la Transvanguardia Italiana y en la lectura, moderada por la poeta argentina Andi Nachón, todas las butacas del auditorio del Centro Cultural de España estaban ocupadas, habíamos muchos de pie. En plena crisis económica y política argentina, ante el numeroso auditorio, Eugenia Brito declaraba su felicidad por poder llevar tanto libro a Chile. Dijo que el cambio estaba muy favorable.

viernes, 4 de junio de 2010

Oleo de Álvaro Huenchuleo reproducido como imagen principal de "Bulimia"

Bulimia. Editorial Simbiosis y Plural Editores. Bolivia, julio 2010.



EL DEDO EN LA LENGUA

por Leonidas Rubio


No consume nada que no le pertenezca,

nace de su propia asfixia.

(A. Artaud)

En la sumatoria creativa que nos propone BULIMIA, el tiempo es sustancia y no peso cronológico, pero en una de sus apariencias -al menos la calculable- este título es resultante de 15 años de la acción escritural de una voz sólo idéntica a sí misma. Como el lienzo homónimo de Álvaro Huenchuleo, la palabra de este registro tiene algo de espesor lácteo, de textura fatigada por su propia potencia, espesada en su núcleo, tramada en su nudo, cristalizada de su transparencia. Como el lienzo, sí, tiene algo de músculo y hematoma, de rostro y de cicatriz, de piel y de arruga, por no decir que es desmesura de ingesta y regurgitación en un solo acto; la palabra en su labio, endurecida y -como el lienzo- húmeda de su propio sentido; palabra activa, penetrante, fálica, hambrienta y asqueada de sí misma: bulimia. Sobre su itinerario se puede articular una pesquisa estacional no segmentada, habida cuenta de que el conjunto es un continuum y no admite fragmentación:

En FARSAS DE UN TIEMPO comienza el enmascaramiento del autor “imberbe” o enfant terrible señalado por su (sobre) actuación en la identidad prestada por su hablante, que se atraviesa con la realidad o la impugna más bien, la expone a un espejo desde donde mirarse auténtico, porque un espejo es una mentira a la inversa”, según dirá después y las “palabras a la medida / genuinamente falsas”, interpeladas por su propia imagen enrevesada de “significantes flores estropeadas” devienen en el trabalenguas que habrá de destrabar la identidad urgida, plegada en ese YO enfatizado del invierno apremiante. Es el parto de Jano Sanmar al medio del Alfonso Sánchez de hoy, justo en la mitad de los años que lleva corridos al momento de erigirse en antólogo de su gemelo divisorio poseedor de la palabra. Su acta de bautismo es un libelo de sensaciones, donde se habla por tonos, sabores y videncias en estado de crispación y acusación latente. Disfraz ligeramente perverso de polizón que oficia de viejo navideño para entrar a saco en un juego de impostaciones defensivas y ofensivas que devuelva su farsa a cada farsante. La palabra precoz se fortalece en pleno movimiento.

En DE LA ROCA AL FUEGO la realidad pretendida por tal es poco creíble o en todo caso, poco apetecible por sí sola. Se la retuerce y exprime en esa imagen de envés que irrumpe “estalactitas saliendo de espejos / yo que le temo tanto a los espejos” en el decir de un ladrón del fuego que no cree en vaticinios sino en signos. Ahora es cuando se comienza a renegar hasta de los espejos”, por si hubiera que dar pistas al verdugo, aunque el fraude se consuma a espaldas de su hablante, atándolo a la roca-prisión-hábito-lenguaje en un sitio para la (in)movilidad convulsa, como de agitación catatónica, en que el cautivo prometeico va a declarar su réplica por rictus, evisceración, glosolalia y anatemas, en un ejercicio de tortura admitida como sutilísimo discurso político y aún más sutil discurso erótico, una cópula violenta que es triunfo para el sujeto sometido, el lugar más cómodo para su ultraje recíproco: “como si el peñón no existiese / como si el único peñasco es este papel maché / para tenerte amarrarte aguijonearte a la cama / (...) / las copas que caen de a una / nos describen el estado del cautiverio / nos restriegan cadenas / vemos desde nuestra cama / humo blanco como nuestro olvido / (...) / ritualistas sádicos / embebidos enhebrados / rostros como tendones / entre agujas / (...) / porque tras la ventana el fuego se extingue / los secretos han sido olvidados / y debo volver a mi peñasco.” A ratos parece asomarse el momo, la mueca de Antonin, su mesianismo a guisa de desprecio, su lucidez doliente. Pero en propiedad se asoma Sanmar, se asoma Sánchez.

Con NEGACIÓN se arriesga una síntesis de biografía-habla-heteronimia para ir achurando los contornos de estas fauces discursivas de apetito compulsivo: “son noches completas devorándonos entrecortadamente”. A más compromiso en el rol, más exposición de las circunstancias, más tensión del repertorio: “por lo general me encabalgo”, no obstante el pulso. Se impone atmósfera de interiores, de tratos personalizados, de espacios domésticos, de hitos testimoniales ofrecidos a la credibilidad del lector pero re-vestidos de intensidad vivencial, como si dijéramos ficcionalizados de su propia veracidad, desde ahí, internalizados en el evento poético, cual es la sustracción del tema al devenir ordinario para entregarlo a los planos de una expresión y comprensión urgente, siempre trascendente, crispada e imperiosa. Así el hablante de negación aparece redimensionado por su afán de cronista y el conjunto deviene en bitácora, porque “todo libro es la descripción pormenorizada de un viaje”, y todo viaje -agrego yo- reviste trazas de desplazamiento correlativo interior-exterior de efectos iniciáticos. El epígrafe elegido para la sección Alturas y profundidad así lo guiña, cuando se elige la cita de Nietzche que fue dilecta y varias veces insistida por Miguel Serrano, el gran peregrino de las más incómodas regiones y herejías. En este caso el viaje del hablante-cronista Sanmar-Sánchez hace suya la tradición del territorio místico con una movilidad de conciencia que lo vuelve árbol, cuerpo, suelo e historia, desde el alto desierto de Atacama en Chile (¿las ramas más altas?) hasta la selva valdiviana (¿las raíces en el infierno?), pasando por una Mesopotamia alucinada en tiempos de guerra y expolio, porque “en las sendas que unen san pedro y sequitor espero seguir mis pasos entre sombras” y esas no son otras que las desintegraciones comunes a todo hombre diezmado ya de la piel hacia afuera por las bombas de racimo, ya de la piel hacia adentro (¡Neruda todavía sirve para algo!) por un desollamiento de alma.

Respecto de ORFEBRES Y MERETRICES no puedo dejar de citar la nota respectiva que ya ofrecí para el tramo íntegro de este título: “Invitación figurativa del hablante-orfebre a un erotismo de signos: penetraciones y disoluciones que son guiños y episodios teatralizados en texturas y densidades para urdir una mitología propia: personas y lugares sustraídos a su contingencia en un juego de extemporaneidades que los intenta devolver a un asidero en una cadena de relaciones aparentemente diurnas, para escapar al devenir de lo absurdo. Esa voracidad omnívora, bulímica, lo lleva al atoramiento, vómito como de fatiga y placer, vértigo, vahído matinal de resaca, náusea del exceso de oxígeno -como en aquella playa a los pies de la selva de nuestro Sur profundo- o de la escasez de él en los cuartos donde se ofician fusiones y disoluciones densas.”.

En CIUDADES Y PARIAS es definitivamente cronista, pero se salvará de la grandilocuencia aplastante o del relato anodino con el humor negro del escéptico, las referencias destempladas al cine o a situaciones de vaticinio amateur, de travesura peligrosa, como en el pasaje en que alude a la tristemente célebre oficina de control de desastres naturales del Estado de Chile, haciéndose notar que el texto fue escrito un 27 de julio de 2009, es decir, justo 7 meses antes del cataclismo del 27 de febrero de 2010, que debe entenderse como supratexto cardinal en esta sección, donde el hablante oscila entre la pesadumbre alucinada, la inspiración hiperculta y la apatía ácrata. Adicionalmente se permitirá el tópico del sarcasmo literario especializado, para dejar puesta una divisa de afinidades electivas por oposición: “Esa cordura que me es despreciable. Esa de ser alguien que mira sus muebles y sabe que hay tres pasos desde la entrada de la casa hasta la primera lámpara. Esa que cree que Humberto Quino es gracioso, que los Héctor son sinceros, que la poesía salva y que bazurita es nuestro redentor”. Se desplaza desde los nombres de contingencia en la superficie del oficio, la provocación a los charlatanes, hacia el principio de fondo: salvación a precio de convención prudente es corrupción gregaria. Ya en el texto Quizá no todo placer sea alivio, de negación, se arriesgó a esta batalla: insidia, diatriba, la impugnación irritante e irritada son otra arista de esta poesía-vida impermeable al soborno de la cordura pactada.

Los goznes entre cada sección nunca rechinan. Se diría que el libro fue hecho de corrido como un mismo proyecto, sin desperfilar cada tramo. Estamos ante poesía incisiva y extractiva, que supone tradición y origen, que se muestra chilena y joven sabiéndose inserta pero no reconoce la baratura de banderismos generacionales ni ideológicos. Poesía de lucidez negra, de cuya pulsión queda la totalidad del gesto, que frente a la comparsa fraudulenta y los honores castradores de un (su) tiempo no duda en comprometer todo el cuerpo en el idioma de su réplica: la náusea, la expulsión del contenido hecho uno solo con su apetito.