martes, 2 de marzo de 2010

Balada para un loco


Por Pablo Lavayén

(Cochabamba, Bolivia)

El piantado, sin reflexionar sistemáticamente en la cosa,

siente que los cuerdos son demasiado almácigo simétrico y reloj suizo,

el dos después del uno y antes del tres…

y así sucede que mientras todo el mundo frena el auto cuando ve la luz roja,

él aprieta el acelerador y Dios te libre.

J. Cortázar

Me muero, me sufro, me lloro, me desgarro las vestiduras, me mutilo, no hago nada, me culpo, me sufro, me culpo, sufro, sufro, ¡sufro!: ergo, voy a recorrer esa distancia…entre el puente y el pavimiento. A fin de cuentas todo se trata de un fatal "nada tiene sentido”. Estoy hablando, por supuesto, de esa cosa amorfa llamada depresión. La enfermedad del siglo XXI. La organización mundial de la salud calculó el año 2003 que cada 40 segundos ocurría una muerte por suicidio. A nivel mundial el suicidio es una de las tres causas principales de muerte. ¿Qué hacer al respecto? ¿Qué puede hacer el depresivo? ¿Psicoanalizarse, medicarse, hacer yoga, adoptar un culto religioso, plantar un árbol? ¿De qué estamos tan enfermos? El psicoanalista diría que de falta de neurosis; el esquizoanalista, de exceso de neurosis; el psiquiatra, de descompensación química; Baudrillard, de falta de seducción; Kristeva, de falta de amor; Lacan diría finalmente que de la Falta misma.

Recordemos el caso de Cioran, eterna devoción de todos los depresivos del mundo - incluido el que suscribe - que dijo que si a los 21 años no hubiera empezado a escribir se hubiera suicidado. Paradójicamente, el hombre vivió hasta los 85 años y falleció por muerte natural. Luego pensemos en Cortazar, eterna devoción de todos los infantiloides del mundo – incluido el que suscribe- que decía: soy terriblemente feliz en mi infierno, y escribo. Al igual que Barthes ante la fotografía, ahora quisiera enfrentarme a la “enfermedad de la falta de sentido” desde una mirada irrepetible, la mirada del sujeto, escribir desde lo insustituible del sujeto del enunciado. Propongo para tal propósito una “historia ficcional del sentido” dividida en tres etapas, que nominaré circunstancialmente: (1) la cárcel del sentido, (2) el abismo del sentido y (3) la seducción del sentido. En cada caso partiré, dada la naturaleza del relato, desde textos ficcionales escogidos caprichosamente.

Empezaré con El gaucho insufrible de Roberto Bolaño. La primera frase nos dice: A juicio de quienes lo trataron íntimamente dos virtudes tuvo Héctor Pereda por encima de todo: fue un cuidadoso y tierno padre de familia y un abogado intachable, de probada honradez, en un país y en una época en que la honradez no estaba, precisamente, de moda. Es decir, Héctor Pereda fue ante todo un miembro correcto del cuerpo social, un hombre Normal. Llamo a esta etapa “la cárcel del sentido” a partir de la metáfora de Foucault. Esta etapa está sobre todo caracterizada por una inocencia ante el sentido a partir de algo que Marx llamó fetichismo. Aquellos que se encuentra en este momento ocupan el porcentaje más grande de la población mundial. El fetichismo consiste pues en naturalizar el artificio, movimiento propio de la sociedad disciplinaria. Se consideran los sentidos sociales comunes como naturalmente dados y, al igual que no se cuestiona que naturalmente el hombre debe beber agua, tampoco se cuestiona que naturalmente el hombre deba trabajar doce horas diarias. Nada que reprochar a esta etapa pues en ella uno puede ser correctamente feliz. El quiebre, en el caso de Héctor Pereda, se germina cuando jubilado y con mucho tiempo libre empieza a cultivar un febril hábito de lectura: Empezó a levantarse temprano y a buscar en los viejos libros de su biblioteca algo que ni él mismo sabía qué era. El gérmen entrópico de la sospecha es instalado en Pereda por la Ficción, de quien después se dice:

Sus hábitos higiénicos también cambiaron. Ya no se acicalaba como antes para salir a la calle. No tardó en dejar de ducharse diariamente. Un día se fue a leer el periódico a un parque sin ponerse corbata. A sus viejos amigos de siempre a veces les costaba reconocer en el nuevo Pereda al antiguo y en todos los sentidos intachable abogado… El viejo periodista pensó que el abogado se había vuelto loco y le recomendó la playa, el mar, ese aire tonificante. El juez, menos dado a las elucubraciones, pensó que Pereda se había salido por la tangente.

Lo que sigue a esta etapa de sospecha es siempre el comienzo de una serie de cuestionamientos sobre los sentidos preestablecidos (por ejemplo, en Pereda, aquello de ducharse y acicalarse diariamente). Este momento es propio de lo que en el occidente hemos llamado adolescencia. Al empezar a ser consciente del artificio del sentido sucede una mise en abyme que inevitablemente lleva a la fatal enunciación del nada tiene sentido.

El segundo texto ficcional es China Supay de Ana María Grisi. En este presenciamos el derrumbamiento psicótico de la China, toda enferma de amor: Voy a cantar bajito, voy a hablarte, voy a reírte, voy a dormirte a mi lado, voy a acariciar tu pelo, voy a silbarte mi amor para que llegue con el viento hasta tu lugar. Propongo la depresión y la melancolía como estacionamientos en este escalón del sentido. Se trata del complejo de la orfandad recién adquirida: nos sentimos huérfanos de sentido y nos precipitamos hacia el desierto del Sol Negro , hacia la muerte: En esta sequía, en este baldío, transitó necesitándote, necesitando tu voz metida en mis oídos. Luego, a pesar del carácter negativo que parece tener esta etapa, también se trata de la fascinación por el abismo. Bataille, tan romántico como era, instala su búsqueda vital en aquello que llama la soberanía. Ante el abismo de sentidos no queda más que precipitarse en el paroxismo en busca de un instante de máxima intensidad:

Mi cima era sólo para tus ojos, soberbios, dueños, eco de mis gemidos, dueños ahora de todos los silencios. Mi orgasmo se va en lágrimas de tanto tenerte metido dentro. Te resistes a pesar de mis convulsiones, no sales a pesar del sudor, te aferras a mis huesos. Ya no pertenezco a mi cuerpo. Ando desprendida paseando por los muros que rodean la ciudad.

Instante fugaz, sin embargo. Después no queda más que el vacío, la destrucción y la vigilia para el próximo instante de soberanía. En el caso de la China Supay, nada más que el derrumbamiento psicótico: grado cero del sentido. Y sin embargo… la propia China, casi en un último respiro, propone una fuga. Deleuze acerca de Kafka: …de ninguna manera ser libre, sino encontrar una salida o bien una entrada o bien un lado, corredor, adyacencia, etc. La fuga, a comparación del escape, es un gesto de significatividad nula y tal vez por eso es la única posibilidad de evadir la fascinación por el abismo.

Te propongo las máscaras, dice la China. La primera intuición para acceder a la etapa de la “seducción del sentido” es pues la máscara. Nos hemos quedado vacíos y sin embargo tenemos las máscaras; el simulacro que cubre un vacío, esa Nada que tanto nos había atormentado. Fantasía, según Lacan, que ahora llamaré Ficción. Y es el mismo Lacan que dice que la producción de realidad es siempre fantasiosa, ficcional. Lo mismo con Deleuze y el deseo como eterno productor de lo Real. Se acabó la quietud: ya no más estaciones, tan sólo recorridos: devenir en verdaderos Flâneurs, nómadas del sentido. Quisiéramos rescatar para este momento una de las figuras más maravillosas de la Literatura contemporánea: Ignatuis Reilly, auténtico esquizo, no clínica sino productivamente; curiosamente su autor es también uno de los suicidas mñas enigmáticos del siglo XX. Sin embargo, nos remitiremos a un personaje sumamente desconocido. Se trata de la obra The Fan Man de William Kotzwinkle y del personaje Horse Badorties: Escuchémoslo pues: I’m in my Little Horse Badorties pad, man, looking around. It’s the nicest pad I ever had man, and I’m getting another just like it down the hall. Eterno movimiento de desterritorialización: Horse Badorties marca cada cubil en el que habita rellenándolo de basura y después…abandonándolo. Luego, Horse Badorties en la iglesia con el coro de pollitas de quince años que ha reunido para formar su coro: I have a special announcemente. Here in my hand you see a battery-powered fan, which makes a constant humming note, a drone around which we will all sing. Verdadera producción de intensidades tal cual Deleuze soñaba en sus noches más apacibles. En fin, se trata de la “seducción del sentido” pues se descubre que uno ya sólo quiere ser máscara al asumir al artificio como núcleo vital. Eterno proceso de seducción del sentido y por lo tanto, del sentido seduciéndonos de vuelta. Se trata del infierno gozoso de Cortázar y del juego irrestricto de la niñez. En esta etapa estaría la Lotería de Babel, espléndida máquina de juego dibujada por Borges. En resumen, se trata de la conciencia de que tenemos el derecho de inventarnos cada día, de crearnos una identidad nómada y de jugar como cuando teníamos cinco años.

A pesar de todo lo dicho, aun queda la sociedad tal cuál es y que obstaculiza nuestra conversión en verdaderos deviants. Pareciera que siempre podemos seguir actuando bajo la pretendsión que no sabemos lo que hacemos (aunque sepamos), como cuando los niños juegan a ser adultos. Zizek nos diría que justamente en eso consiste la fantasía ideológica: en hacer como si no supiéramos (aunque sepamos) Entonces, ¿donde se pueden refugiar los infantiloides que han superado la fascinación por el abismo? En el Arte. El Arte se potencia por ser el espacio de gestos similares al de la China Supay; espacio en el cual podemos enmascararnos de espléndidas ficciones, de maquinarias plenas de intensidad, del gozo de la paradoja y de la ambigüedad del erotismo: se trata siempre de Cortazar frente al Axolotl y la reversibilidad de dicha relación. Sin embargo…. a pesar de todo lo dicho aun queda una duda que proviene justamente de uno de los grandes amantes de la muerte, un gran fascinado por el abismo que en su lecho de muerte habría dicho: sólo el amor puede salvarnos….

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