viernes, 4 de junio de 2010

Bulimia. Editorial Simbiosis y Plural Editores. Bolivia, julio 2010.



EL DEDO EN LA LENGUA

por Leonidas Rubio


No consume nada que no le pertenezca,

nace de su propia asfixia.

(A. Artaud)

En la sumatoria creativa que nos propone BULIMIA, el tiempo es sustancia y no peso cronológico, pero en una de sus apariencias -al menos la calculable- este título es resultante de 15 años de la acción escritural de una voz sólo idéntica a sí misma. Como el lienzo homónimo de Álvaro Huenchuleo, la palabra de este registro tiene algo de espesor lácteo, de textura fatigada por su propia potencia, espesada en su núcleo, tramada en su nudo, cristalizada de su transparencia. Como el lienzo, sí, tiene algo de músculo y hematoma, de rostro y de cicatriz, de piel y de arruga, por no decir que es desmesura de ingesta y regurgitación en un solo acto; la palabra en su labio, endurecida y -como el lienzo- húmeda de su propio sentido; palabra activa, penetrante, fálica, hambrienta y asqueada de sí misma: bulimia. Sobre su itinerario se puede articular una pesquisa estacional no segmentada, habida cuenta de que el conjunto es un continuum y no admite fragmentación:

En FARSAS DE UN TIEMPO comienza el enmascaramiento del autor “imberbe” o enfant terrible señalado por su (sobre) actuación en la identidad prestada por su hablante, que se atraviesa con la realidad o la impugna más bien, la expone a un espejo desde donde mirarse auténtico, porque un espejo es una mentira a la inversa”, según dirá después y las “palabras a la medida / genuinamente falsas”, interpeladas por su propia imagen enrevesada de “significantes flores estropeadas” devienen en el trabalenguas que habrá de destrabar la identidad urgida, plegada en ese YO enfatizado del invierno apremiante. Es el parto de Jano Sanmar al medio del Alfonso Sánchez de hoy, justo en la mitad de los años que lleva corridos al momento de erigirse en antólogo de su gemelo divisorio poseedor de la palabra. Su acta de bautismo es un libelo de sensaciones, donde se habla por tonos, sabores y videncias en estado de crispación y acusación latente. Disfraz ligeramente perverso de polizón que oficia de viejo navideño para entrar a saco en un juego de impostaciones defensivas y ofensivas que devuelva su farsa a cada farsante. La palabra precoz se fortalece en pleno movimiento.

En DE LA ROCA AL FUEGO la realidad pretendida por tal es poco creíble o en todo caso, poco apetecible por sí sola. Se la retuerce y exprime en esa imagen de envés que irrumpe “estalactitas saliendo de espejos / yo que le temo tanto a los espejos” en el decir de un ladrón del fuego que no cree en vaticinios sino en signos. Ahora es cuando se comienza a renegar hasta de los espejos”, por si hubiera que dar pistas al verdugo, aunque el fraude se consuma a espaldas de su hablante, atándolo a la roca-prisión-hábito-lenguaje en un sitio para la (in)movilidad convulsa, como de agitación catatónica, en que el cautivo prometeico va a declarar su réplica por rictus, evisceración, glosolalia y anatemas, en un ejercicio de tortura admitida como sutilísimo discurso político y aún más sutil discurso erótico, una cópula violenta que es triunfo para el sujeto sometido, el lugar más cómodo para su ultraje recíproco: “como si el peñón no existiese / como si el único peñasco es este papel maché / para tenerte amarrarte aguijonearte a la cama / (...) / las copas que caen de a una / nos describen el estado del cautiverio / nos restriegan cadenas / vemos desde nuestra cama / humo blanco como nuestro olvido / (...) / ritualistas sádicos / embebidos enhebrados / rostros como tendones / entre agujas / (...) / porque tras la ventana el fuego se extingue / los secretos han sido olvidados / y debo volver a mi peñasco.” A ratos parece asomarse el momo, la mueca de Antonin, su mesianismo a guisa de desprecio, su lucidez doliente. Pero en propiedad se asoma Sanmar, se asoma Sánchez.

Con NEGACIÓN se arriesga una síntesis de biografía-habla-heteronimia para ir achurando los contornos de estas fauces discursivas de apetito compulsivo: “son noches completas devorándonos entrecortadamente”. A más compromiso en el rol, más exposición de las circunstancias, más tensión del repertorio: “por lo general me encabalgo”, no obstante el pulso. Se impone atmósfera de interiores, de tratos personalizados, de espacios domésticos, de hitos testimoniales ofrecidos a la credibilidad del lector pero re-vestidos de intensidad vivencial, como si dijéramos ficcionalizados de su propia veracidad, desde ahí, internalizados en el evento poético, cual es la sustracción del tema al devenir ordinario para entregarlo a los planos de una expresión y comprensión urgente, siempre trascendente, crispada e imperiosa. Así el hablante de negación aparece redimensionado por su afán de cronista y el conjunto deviene en bitácora, porque “todo libro es la descripción pormenorizada de un viaje”, y todo viaje -agrego yo- reviste trazas de desplazamiento correlativo interior-exterior de efectos iniciáticos. El epígrafe elegido para la sección Alturas y profundidad así lo guiña, cuando se elige la cita de Nietzche que fue dilecta y varias veces insistida por Miguel Serrano, el gran peregrino de las más incómodas regiones y herejías. En este caso el viaje del hablante-cronista Sanmar-Sánchez hace suya la tradición del territorio místico con una movilidad de conciencia que lo vuelve árbol, cuerpo, suelo e historia, desde el alto desierto de Atacama en Chile (¿las ramas más altas?) hasta la selva valdiviana (¿las raíces en el infierno?), pasando por una Mesopotamia alucinada en tiempos de guerra y expolio, porque “en las sendas que unen san pedro y sequitor espero seguir mis pasos entre sombras” y esas no son otras que las desintegraciones comunes a todo hombre diezmado ya de la piel hacia afuera por las bombas de racimo, ya de la piel hacia adentro (¡Neruda todavía sirve para algo!) por un desollamiento de alma.

Respecto de ORFEBRES Y MERETRICES no puedo dejar de citar la nota respectiva que ya ofrecí para el tramo íntegro de este título: “Invitación figurativa del hablante-orfebre a un erotismo de signos: penetraciones y disoluciones que son guiños y episodios teatralizados en texturas y densidades para urdir una mitología propia: personas y lugares sustraídos a su contingencia en un juego de extemporaneidades que los intenta devolver a un asidero en una cadena de relaciones aparentemente diurnas, para escapar al devenir de lo absurdo. Esa voracidad omnívora, bulímica, lo lleva al atoramiento, vómito como de fatiga y placer, vértigo, vahído matinal de resaca, náusea del exceso de oxígeno -como en aquella playa a los pies de la selva de nuestro Sur profundo- o de la escasez de él en los cuartos donde se ofician fusiones y disoluciones densas.”.

En CIUDADES Y PARIAS es definitivamente cronista, pero se salvará de la grandilocuencia aplastante o del relato anodino con el humor negro del escéptico, las referencias destempladas al cine o a situaciones de vaticinio amateur, de travesura peligrosa, como en el pasaje en que alude a la tristemente célebre oficina de control de desastres naturales del Estado de Chile, haciéndose notar que el texto fue escrito un 27 de julio de 2009, es decir, justo 7 meses antes del cataclismo del 27 de febrero de 2010, que debe entenderse como supratexto cardinal en esta sección, donde el hablante oscila entre la pesadumbre alucinada, la inspiración hiperculta y la apatía ácrata. Adicionalmente se permitirá el tópico del sarcasmo literario especializado, para dejar puesta una divisa de afinidades electivas por oposición: “Esa cordura que me es despreciable. Esa de ser alguien que mira sus muebles y sabe que hay tres pasos desde la entrada de la casa hasta la primera lámpara. Esa que cree que Humberto Quino es gracioso, que los Héctor son sinceros, que la poesía salva y que bazurita es nuestro redentor”. Se desplaza desde los nombres de contingencia en la superficie del oficio, la provocación a los charlatanes, hacia el principio de fondo: salvación a precio de convención prudente es corrupción gregaria. Ya en el texto Quizá no todo placer sea alivio, de negación, se arriesgó a esta batalla: insidia, diatriba, la impugnación irritante e irritada son otra arista de esta poesía-vida impermeable al soborno de la cordura pactada.

Los goznes entre cada sección nunca rechinan. Se diría que el libro fue hecho de corrido como un mismo proyecto, sin desperfilar cada tramo. Estamos ante poesía incisiva y extractiva, que supone tradición y origen, que se muestra chilena y joven sabiéndose inserta pero no reconoce la baratura de banderismos generacionales ni ideológicos. Poesía de lucidez negra, de cuya pulsión queda la totalidad del gesto, que frente a la comparsa fraudulenta y los honores castradores de un (su) tiempo no duda en comprometer todo el cuerpo en el idioma de su réplica: la náusea, la expulsión del contenido hecho uno solo con su apetito.


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